
No sé si habrá beneficiado o perjudicado que la nueva película de Sidney Lumet se estrene el mismo fin de semana que Indiana Jones. Pero lo que está claro es que retrasar su estreno cinco meses y tardar más de siete después de hacerlo en los EEUU sí que perjudica a una película.
Así en la era de internet, en la que a la gente le cuesta sacar el culo de su casa, puede decirse que más que un estreno, es un reestreno. Todo aquel interesado en Lumet ya la habrá visto por medios legales o ilegales. El diablo habrá tenido bastante más de esos 30 minutos para poder haber visto la película antes de su estreno.
Ahora empiezo a hablar del film:
Que un señor de 84 años siga haciendo cine ya es para admirarlo, pero que nos presente una película como esta es para que un paralítico manco se levante de su silla de ruedas y se quite el sombrero con el brazo que le falta.
Con una narrativa a base de unos bien aprovechados flashbacks (que Pete Travis mire y aprenda), nos encontramos con una historia que empieza al más puro estilo de cine negro con un sencillo atraco a una joyería, una preparación del atraco entre dos hermanos, una mujer (una Marisa Tomei espléndida vestida y aún más desnuda) que podría ser una femme fatal del género. Para poco a poco convertirse en una tragedia familiar shakespeariana.
Es cierto que durante sus dos horas de duración, hay un momento que uno empieza a preguntarse cuando acabará esto, pero por suerte sólo dura unos pocos minutos, pues hacia el final la película remonta el vuelo con gran fuerza.
Los actores están espléndidos: Albert Finney, Ethan Hawke, Marisa Tomei y, destacando por encima de ellos, Philip Seymour Hoffman, que juega en otra división.
Lluís Alba