dimarts, 7 d’agost del 2012

Prometheus




Como no podía ser de otra manera, el regreso de Ridley Scott al género con el que labró su fama había creado una expectativas muy altas. Scott puede ser el mismo con unos años más, pero la época ya no es la misma. Y, cinematográficamente hablando, hemos pasado un principio de siglo XXI en el que las series de televisión han ganado en calidad al asemejarse más al cine, con la paradójica consecuencia que el cine ha acabado importando el lenguaje serial para volver a encandilar al público.

Por ese motivo, no es de extrañar que Damon Lindelof uno de los guionistas que crearon Perdidos (Lost, 2004-2010) haya dado el salto al cine y, tras la irregular Cowboys & Aliens (ídem, 2011) de Jon Favreau, haya logrado co-escribir el guión de la precuela de una las películas más importantes del cine de ciencia-ficción.

Para lo bueno y para lo malo, el guión de Prometheus es demasiado deudor al estilo que cautivó al público televisivo. Como en Perdidos, se crean muchas más preguntas que respuestas, provocando la necesidad de conectarse a internet para debatir sobre la película, buscar vídeos virales y contrastar las diferentes teorías que surgen tras ver el film. El cine 2.0, al menos hace reflexionar a los entusiastas del género, pero no necesariamente con dilucidaciones positivas.

Por lo que es difícil tratar a Prometheus como el clásico film de estructura independiente, si no más bien a una parte de una saga que se abre ambientada en el universo de Alien, el 8º pasajero (Alien, 1979) de Ridley Scott. Pues, al mismo tiempo que cierra bien el vínculo con lo visto en la película de 1979, deja un final totalmente abierto a explorar las novedades que aporta a la saga.

Un análisis ceñido solo a lo visto durante los 124 minutos del film, deja demasiadas secuencias sin explicación que solo la imaginación de cada uno o las posteriores secuelas podrán encargarse de darle coherencia. Aunque también hay actitudes ridículas de algunos personajes que solo se justifican en pro de la búsqueda a una imagen referencial para todo el envoltorio religioso creacionista del film.

Quizás también deudor la inspiración televisiva se puede observar como hay demasiados personajes superfluos que solo sirven de carnaza humana para las criaturas del film. Al contrario que en el Alien de 1979 donde todos los personajes tenían su significado. Como habitualmente ocurre en las series, estos personajes de relleno no impide que haya un grupo de protagonistas bien definidos. Y, en este caso, respaldados por intérpretes que siempre logran dar un matiz especial a sus caracterizaciones como los soberbios Michael Fassbender y Charlize Theron.

Ridley Scott aprovechó (con buen criterio comercial) la proliferación de rumores y filtraciones que se dan en internet para crear un poco de confusión. Si en un principio se habló directamente de una precuela de Alien, Scott llegó a negarlo para comunicar que se trataba de una película de ciencia ficción que nada tenía que ver con la franquicia. Pues bien, ambas especulaciones podrían considerarse ciertas: Prometheus es una precuela de Alien y al mismo tiempo su argumento camina por lugares distintos a películas anteriores de la saga.

La trama principal es la búsqueda del origen del hombre, cuya teoría de origen extraterrestre no es algo nuevo en la ficción, pero es aprovechado por los guionistas para destrozar la teoría de la evolución de Darwin y dar sentido a las elucubraciones creacionistas que tanto abundan en EEUU. Centrándose en la reflexión de Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) en la que se acentúa que los robots son creaciones de los humanos, los humanos de los alienígenas del film y así sucesivamente, como si un juguete de muñecas rusas se tratara, hasta llegar a la mano de Dios.

Como obra cinematográfica que forma parte de un conjunto mayor resulta interesante para los fans del Alien de 1979, con varios guiños a su diseño considerado ya retro, y para los espectadores que no les importe esperar para ver que derroteros sigue la secuela (ya anunciada) de la saga. Para los demás solo queda la nostalgia de recordar aquellas obras bien construidas que tenían valor por sí mismas.

Lluís Alba
zumbarte.com