dimarts, 25 de setembre del 2012

A Roma con amor


La financiación europea lleva esta vez a Woody Allen a la capital italiana. La única petición de los productores sigue siendo la misma, que aparezca el nombre de la ciudad en el título de la película. No se puede desaprovechar la presencia de uno de los directores más reconocidos mundialmente para reclamar algo de publicidad turística.



Como en la mayoría de los films de la última etapa de Woody Allen, intentar encontrar una obra maestra a las que nos tenía acostumbrados es fruto de la casualidad. Salvando Match point (ídem, 2005), Si la cosa funciona (Whatever works, 2009) y Midnight in Paris (ídem, 2011) no parece que encontremos ninguna obra magna en la filmografía de su última década. Pero también añadiría que pocos directores (ni en su mejor etapa) habrán conseguido tres películas del calibre de las anteriormente mencionadas.

A Roma con amor (To Rome with love) está formada por cuatro historias totalmente independientes y con único nexo en común de estar situadas en la ciudad que tiene por título. Se nota que es un guión escrito con el piloto automático que hace sentir cierta añoranza de los grandes films de los 80 de Allen que presentaban varias historias paralelas que se cruzaban con total precisión. Por contra, en esta película carece totalmente de importancia que ocurra al mismo tiempo. Pues, a pesar de ser narradas en paralelo, el tiempo ficticio en el que transcurren es de distinta duración, desde el único día en la historia que aparece Penélope Cruz como prostituta italiana hasta en la que transcurren varias semanas como la protagonizada por el propio Allen.



La sensación de poca consistencia entre las cuatro historias se solventa gracias a un gusto que parece haber reencontrado Allen por el surrealismo, en algunos capítulos brillante (el episodio protagonizado por Roberto Benigni) y en otros metido con calzador (el tedioso capítulo de Jesse Eisenberg, Ellen Page y Alec Baldwin).

La sensación de un guión poco elaborado es más acusada cuando evocamos en nuestra memoria el mismo tipo de historias vistas anteriormente en films del propio Allen, mucho mejor desarrolladas. En cualquier caso, hay suficientes momentos en los que luce el habitual sarcasmo del director neoyorquino, casi siempre dirigido en las frases del personaje que interpreta. Así vemos como se ríe de si mismo dejando entrever que en Europa se valora más su intelecto que en EEUU, o incluso sugiriendo que las supuestas buenas críticas europeas lo sean por una mala traducción.


Lluís Alba
www.zumbarte.com