dimecres, 23 de febrer del 2011

Los chicos están bien

Cada año se cuela una película independiente en la gala de los Oscar. Pero habría que matizar esa acepción cuando hablamos de una película protagonizada por Annette Bening, Julianne Moore, Mark Ruffalo y Mia Wasikowska (la reciente Alicia de Tim Burton). No vendrá respaldada por un gran estudio, pero sí tiene el suficiente reclamo para atraer al público general. Por lo que, tranquilos, es una peli protagonizada por lesbianas que podríais recomendar a vuestra madre sin que salga escandalizada del cine.

Más allá de los cuatro retrógradas de Intereconomía, no creo que a nadie escandalice ver una película protagonizada por una familia formada por un matrimonio de dos mujeres con dos hijos nacidos por inseminación artificial. Este es un toque de "modernidad" que toda película indie debe tener.

Cierto que contar con una pareja de lesbianas facilita la introducción de la inseminación y la búsqueda de los hijos por conocer a su padre biológico. Lo curioso es ver como la película hace una defensa moral de la familia a partir de unos elementos tan poco tradicionales. Como, en la reciente (y también nominada) The fighter, también veíamos a una familia poco convencional que también servía del mismo ejemplo.

Parece que los tiempos están cambiando y, hasta los países más tradicionales como los EEUU, se están dando cuenta que los tipos de familia son cada vez más extensos y, si no pueden luchar contra ello, por lo menos intentan encauzarlos en un camino moral.

Curiosamente, y este es el toque pedante de la crítica (que me permito el lujo de añadir, pues Los chicos están bien, también tiene estos toques), recientemente he estado viendo películas de Ernst Lubitsch. Resulta curioso ver películas de los años 30, como Una mujer para dos (Design for living, 1933), con una moral mucho más abierta y avanzada que las pelis actuales. Aunque estas también sean películas recomendables para vuestras madres.

Lluís Alba

Cisne negro

Escribir sobre una película siempre tiene la dificultad de intentar interpretar algo que solo se puede plasmar en imágenes. Más en el caso de Cisne negro, cuyo poder visual traspasa cualquier intención del guión.

Aronofsky y Portman nos introducen de tal manera en el terreno personal de la bailarina Nina Sayers que es fácil dejarse engañar por algunas trampas de guión. Incluso deseamos vendernos a él en pos de un mayor disfrute de la película.

No es cuestión de atacar un guión, que emplea bien sus trucos para avanzar en la historia. Pero navega bordeando esa fina línea que separa la posibilidad de estar ante una obra maestra o metidos en un desastre, sin que el guión sea culpable de una cosa u otra.

Es fácil ver los paralelismos entre El luchador y Cisne negro. Incluso hay cierta estructura que las asemeja todavía más, llegando hasta tener un final prácticamente calcado. Ambas películas hablan de la obsesión por un oficio que imposibilita una vida más allá de su arte.

La obsesión de la bailarina es plasmada en la pantalla con imágenes fruto de su subconsciente, con la transformación física a cisne negro, con secuencias imaginadas que pudieran ser reales. Además de las escenas más evidentes, existe la duda en cada plano de la película por saber si algo ha sido real o viceversa. El viejo obsceno en el metro es claramente producto de la imaginación de Nina, pero no sería tan raro que hubiese ocurrido de verdad. Mientras que la decoración del piso que comparte con su madre, se nos antoja real, pero pudiera ser una recreación psicológica de cómo lo ve Nina. Un piso oscuro, con espejos fracturados, mientras que su habitación queda ajena y mantiene la pureza e inocencia de la infancia. Cuando Nina quiere librarse de esa parte que le imposibilita ser el cisne negro, es en la habitación donde rompe su inocencia, mantiene sus relaciones sexuales y hace desaparecer los peluches que la decoran.

Extraña un poco el próximo proyecto de Aronofsky, una nueva película sobre Lobezno. Donde no podrá libremente hacer todo lo que desee, pero sí supone un reto para demostrar su talento dentro de una gran maquinaria sin que parezca un engranaje más.

Lluís Alba

dijous, 10 de febrer del 2011

127 horas

Recientemente se estrenó Buried, una película con premisa similar a 127 horas, donde también veíamos a un tipo aislado y atrapado durante todo el metraje. Las comparaciones terminan ahí pues, situaciones argumentales a parte, no tienen nada que ver entre ellas. Buried es un thriller comercial con un ejercicio estilístico que pudiera haber ideado el mismo Hitchcock, mientras que 127 horas es una historia real de un excursionista que Danny Boyle lleva a su terreno personal.

Lo que importa de 127 horas es lo que cuenta, y cómo se cuenta. No hay suspense posible en una película en la que todo el mundo conoce su final. Boyle, con su habitual ritmo frenético a base de golpes de videoclip, combina imágenes reales con las grabadas por el propio excursionista (situación real que facilita la buena interpretación de James Franco), con flashbacks, sueños y demás delirios.

La historia real de Aron Ralston se usa para crear una película de tintes intimistas que nos habla de la necesidad de aislarnos en un mundo globalizado y tremendamente conectado. De otra forma no es posible entender que alguien, en pleno siglo XXI, se vaya de excursión en mitad del desierto sin posibilidad alguna de contacto. Cuando la mayoría de mortales no nos atrevemos a salir para comprar el pan sin nuestro móvil.

El aislamiento voluntario del protagonista se convierte en forzado cuando su brazo queda atrapado por una pesada roca. Eso le obliga a ir más allá sus intenciones, a reflexionar sobre su propia vida. Pasado, presente y un futuro que no debería llegar. Cae en la obvia desesperación de la situación. Pero, ojo a la moralina estadounidense, resiste la tentación de masturbarse, pues a pesar de todo, continúa con la ética intacta.

Por lo que, solo una persona tan íntegra como Aron Ralston, es capaz de mutilarse el brazo con una navaja de los chinos (no lo digo yo, lo dice el tipo de la película). Y Danny Boyle aleja esa escena del espectáculo gore, demostrando que lo sugerido causa un dolor psicológico mayor que lo evidente.


Lluís Alba

dijous, 3 de febrer del 2011

The fighter

No soy muy aficionado a los biopics. Suelen ser películas que basan su interés en atraer público al cine por motivos ajenos a la obra. Tampoco creo que en España haya mucho interés por ver en imágenes la vida de un boxeador desconocido. Por suerte para Tripictures, la película cuenta con un elenco de actores conocidos y la agraciada promoción de los Oscars.

David O. Russell construye una buena y eficaz peli ambientada en el mundo del boxeo. Incluso tan buena como para que las (pocas) secuencias en el ring sean totalmente prescindibles para disfrutar de ella. Pues el mayor interés está centrado en la vida personal de los hermanos Ward, en la historia de superación de uno que desperdició su talento por las drogas y el otro que debe buscar su oportunidad desde un humilde barrio obrero.

Si Rocky usaba el boxeo para ensalzar el patriotismo yankee, The boxer lo usa para alimentar la idea de la familia como elemento aglutinador necesario para lograr los objetivos de la vida. Incluso en los peores momentos y con una familia tan deplorable como la que se ve en la peli, finalmente hay que recurrir a ella para poder conseguir el triunfo.

A pesar de los aspectos negativos, que toda manipulación venida del poder, llegue a afectar nuestra conciencia, yo me quedo con el buen guión y con los buenos actores que se esfuerzan en interpretar a personajes creados para acercarse al Oscar.

Lluís Alba

La trampa del mal

Tras los últimos fiascos que han supuesto La joven del agua (Lady in the water, 2006) y El incidente (The happening, 2008), M. Night Shyamalan tomó la decisión más inteligente para dar un vuelco a su carrera. Primero dirigió una película totalmente ajena a lo que nos había acostumbrado: Airbender, el último guerrero (The last airbender, 2010). Criticada igualmente pero con una recaudación poderosa para centrarse en lo que viene a continuación: crear una serie de películas bajo el sello The Night Chronicles (con su apellido bien visible).

Las riendas en la dirección de La trampa del mal (o Devil, si prefieren su título original) las toma John Erick Dowdle, quién ya fuera responsable de otra peli de terror de encargo como Quarantine (2008), el remake de REC (2007). Como en una serie de televisión, poco importa el director, siempre hay múltiples manos que pasan por ella sin que afecte demasiado al conjunto. Pues estamos ante una peli de serie B que podría ser un capítulo cualquiera de La dimensión desconocida (The twilight zone, 1959-1964) o de Masters of horror (2005-2007).

Una pequeña película que el guión de Brian Nelson resuelve bien (si no nos tomamos demasiado en serio el argumento), aunque sin nada que llame demasiado la atención visualmente. Exceptuando, eso sí, los créditos iniciales de una ciudad filmada boca abajo con la música de Fernando Velázquez o la eterna pregunta que siempre nos surge al ver a Geoffrey Arend: ¿Cómo habrá logrado casarse con Christina Hendricks?

Lluís Alba