Pablo Trapero continúa en su estilo semi-documental con el acercamiento a la figura del Carancho. En Argentina, reciben el nombre de ese ave rapaz (similar a un buitre), aquellos que se dedican aprovecharse de los accidentes automovilísticos.
Ricardo Darín, con su solvencia habitual, encarna a un maduro abogado que perdió su licencia y debe trabajar para un buffet de abogados que se dedica a estafar a la gente y sacarles la indemnización de sus accidentes. Como en El bonaerense, en el que retrataba la corrupción de la policía de Buenos Aires, aquí ofrece la denuncia de estos personajes, así como su colaboración con el resto de personal relacionado con los accidentes automovilísticos: enfermeros, médicos y conductores de ambulancia.
Entre primerísimo y primerísimo plano, Pablo Trapero, cámara en mano, tiene tiempo para incluir una historia de amor entre el personaje de Ricardo Darín y el de Martina Gusman (su musa, su esposa). Narrada en dos capítulos, vemos como estos personajes éticamente opuestos acaban encontrándose en su soledad.
Aunque el final quede algo atropellado por la búsqueda de un impacto (con frivolité visual narrativa incluida), no empaña el conjunto del siempre interesante director argentino.
Lluís Alba
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